miércoles, 9 de mayo de 2018

ASAMBLEAS DIALÓGICAS (CAPÍTULO II)


Teníamos pendiente una segunda entrega en la que me había comprometido a contaros qué actuaciones de mejora de la convivencia se da en las aulas del centro.
No os conté en el primer capítulo que los modos más clásicos de abordar la convivencia en los centros escolares hasta ahora eran:

- El modelo disciplinar: el de aplicación del reglamento de régimen interno ante el incumplimiento de una norma previamente establecida por la autoridad 
- Y el de mediación en el que los participantes no parten en pié de igualdad y el diálogo se ve constreñido por la intervención del mediador. 

Recordad que en el centro partimos del modelo dialógico de resolución de conflictos en el que los alumnos, a través del diálogo, son los artífices principales que autogestionan sus problemas y generan las soluciones. Hago este repaso para haceros ver que tradicionalmente esta manera de trabajar la convivencia no es la frecuente y a mí personalmente me ha sorprendido muy gratamente en cuanto a los resultados que ofrece. 

Os traigo el ejemplo de una asamblea dialógica de aula en un grupo de quinto. Muchísimas gracias al grupo por dejarme invadir, aun con vuestro permiso, un poquito de vuestra intimidad, me disteis una lección bellísima: un grupo de personas charlando ordenadamente, con voluntad de resolver, asumiendo responsabilidades, desde el encuentro con el otro, desde la empatía, con valentía y honradez, que no daba vueltas a problemas sino que buscaban soluciones. 

Demostraron tener unas habilidades de resolución de conflictos muy maduras, se enfrentan a las confrontaciones sin miedo, ni una mirada al suelo, se decían las cosas con respeto, mirándose a los ojos, sin buscar la aprobación de la profesora sino el diálogo con el compañero. Pusieron sobre la mesa sentimientos y situaciones vividas muy duras para ellos a las que están aprendiendo a hacer frente y surgieron un montón de cosas muy interesantes que tienen un trasfondo y una justificación profunda. Intentaré ser ordenada:

Las asambleas dialógicas se desarrollan una vez por semana. Los alumnos y alumnas, pero también el resto de la comunidad educativa que lo necesite, cuentan con un buzón para hacer llegar a la clase un hecho, una experiencia, un sentimiento positivo o negativo, que se quiere trasladar al grupo con el fin de darle un espacio en el aula para su debate o consideración.
El día que se celebra la asamblea, el alumno o alumna responsable lee el acta anterior y entre todos se aseguran de haber cumplido con los acuerdos asumidos en aquella sesión y se pasa a la lectura de las notas dejadas a lo largo de la semana.



En la sesión a la que yo asistí todas las notas estaban firmadas pero se pueden dejar de manera anónima.

El adulto, como en la asamblea dialógica de delegados, otorga el turno de palabra y si llegan a punto muerto reconduce los diálogos, pero de nuevo, los protagonistas son ellos. 

Era viernes a última hora y muchos grupos se encontraban en la misma labor. 

Lo sé porque me equivoqué de aula, me senté con todos mis bártulos entre el corro de chavales acomodados en el suelo que me hicieron un hueco, en el medio de una asamblea que no era aquella a la que me habían invitado. No deja de sorprenderme que ni a los profes ni a los chavales les extrañen ni les incomoden las presencias ajenas. 

Lo sé también porque mientras estábamos trabajando, sonaron unos tímidos golpes en la puerta y entró en el aula un chaval de segundo acompañado de otro compañero y de su maestra para pedir disculpas por un comportamiento inadecuado con alguno de los presentes, que había surgido a su vez en la asamblea de su propia clase y que quería resolver. Se le aceptaron las disculpas e incluso se le hizo algún comentario simpático para tratar de arrancarle la sonrisa. Menudo acto de valentía. 

No recuerdo quién me contaba, poniéndome este ejemplo de resolución de conflictos, que ante estos momentos algún peque manifestaba que prefería bajar a dirección que tener que ir a pedir disculpas, y sin embargo cobra muchísimo más valor este aprendizaje pues resulta una constatación directa del efecto que tienen las acciones propias sobre los demás y un duro ejercicio de responsabilidad.

No fue la única visita que recibió el grupo, también asistió a la asamblea María Jesús, en representación de los monitores de comedor, en relación a un problema que había surgido allí, para dar su visión del asunto y si efectivamente se habían cumplido los acuerdos alcanzados previamente. Antes de su visita, los chavales ya habían analizado la situación que se había dado y se habían comprometido a no repetir comportamientos inadecuados en aras de una mejor convivencia en el comedor por ellos y por las personas que allí trabajan. 

Esta interacción me pareció muy valiosa, no sé si habéis tenido ocasión de escuchar en casos de acoso escolar, como los momentos más sensibles, donde más riesgo hay de que se produzcan episodios de violencia es en las rutas escolares, en los recreos o en el comedor. Son momentos en que por su organización y funcionamiento pueden escabullirse al control adulto. Y sin embargo, esta estructura permite que este tipo de sucesos no se escape al grupo. Para ellos, también son contextos escolares y si en ellos se dan conflictos llegarán a la asamblea.

Tanto es así, y esta actuación es tan poderosa, que sale fuera de la institución escolar y trae el barrio y los problemas que los chavales tienen allí al aula. El respeto que se tienen entre ellos les acompaña a sus casas y en sus relaciones. 

Pero prometí ser ordenada, vuelvo a la asamblea:

Van sacando papeles con las reflexiones que quieren abordar. Si se traga de un conflicto, se da la palabra a las partes implicadas y a aquellos que fueron testigos o pueden aportar luz.

En esto, como en cualquier aprendizaje, se suele dar una paradoja, el que tiene habilidades sociales más desarrolladas, por el motivo que sea, emplea de manera correcta su inteligencia social y emocional... tienen mejores estrategias para resolver conflictos y las emplea y obtienen resultados positivos que le sirven de refuerzo para seguirlas empleando y así las ejercita más y mejor. En cambio, el que no tiene esas habilidades tan desarrolladas y emplea respuestas más viscerales, más emocionales, no obtiene frecuentemente resultados tan positivos, y al final “pierde la voz”, no encuentra ocasiones para hacer valer sus argumentos y por tanto la oportunidad de aprender a hacerlo. 

Sin embargo, en un contexto como el que os describo todos saben que tienen su espacio y su tiempo para poder plantear sus argumentos puesto que la fuerza no viene de la persona sino de la solidez de sus argumentos. Todos los que necesitan participar lo harán y serán escuchados en pie de igualdad, pues el diálogo que generan es compartido por todos con el fin de llegar al consenso, no por criterios impuestos por la fuerza sino por acuerdos dialogados. En palabras de Paulo Freire:

“El diálogo gana significado precisamente porque los sujetos dialógicos no solo conservan su identidad, sino que la defienden y así crecen uno con el otro. Por lo mismo, el diálogo no nivela, no reduce el uno al otro. Ni es favor que el uno haga al otro. Ni es táctica mañera, envolvente, que el uno usa para conducir al otro. Implica, por el contrario, un respeto fundamental de los sujetos involucrados en él que el autoritarismo rompe o impide que se constituya. Tal como la permisividad, de otro modo, pero igualmente perjudicial.” Freire, P. (2002). Pedagogía de la esperanza. Un reencuentro con la pedagogía del oprimido. 

Mirad qué curioso: precisamente con este mismo grupo acudo a tertulias literarias. Estamos leyendo “El Principito” y en una de las sesiones surgió el tema de la adulación y cómo algunas personas necesitan que constantemente se les esté alabando. Una alumna señala la relación que tiene esto con un personaje de la novela de Harry Potter, con Draco Malfoy, que siempre va escoltado por dos esbirros. Otro de los chavales comenta que esa relación la veía entre dos compañeros de la clase, cómo uno de ellos le “reía siempre las gracias al otro” y el otro necesitaba del primero para sentirse más fuerte. Añade una tercera compañera cómo este tipo de comportamientos en realidad no son de amistad. 

En su día este tipo de reflexiones y esta manera de plantear su manera de pensar, con respeto, pero sin miedo a exponer argumentos controvertidos me sorprendió muchísimo. Menudo valor tuvo aquel chaval para expresar una opinión en relación a un compañero cuando la respuesta podría haber sido, o generalmente en estos casos es, el rechazo.

Fijaros de nuevo en, y perdonadme el inciso, la fuerza que tienen las tertulias no sólo desde el punto de vista académico, sino desde el afectivo, el emocional, el trabajo en autoconocimiento personal, en empatía, en inteligencia social...

Tras presenciar la dinámica de la asamblea puedo entender cómo el funcionamiento de este grupo les permite comunicarse en ese grado de seguridad en el que no tienen miedo de manifestar lo que creen justo, siempre que acompañen sus intervenciones con los argumentos que las fundamenten, pues lo que se están discutiendo es la validez de los argumentos no de sus personas.

Salieron conflictos importantes para ellos, pero ocurrieron a los ojos del adulto situaciones de gran valor. Por ejemplo, surgió el caso de dos compañeras, traído a la asamblea a través de la nota de un tercero que vio a una de ellas llorando en el patio. Por lo que me contó su profe no es de su grupo próximo de amigos, pero al verla en aquella situación se sintió en la obligación de acercarse a interesarse por ella. La compañera le cuenta que se siente mal porque la otra implicada ha hablado mal de ella.

Planteado el problema se le da la palabra a esta persona, pero no para que se defienda, no para juzgar su comportamiento, sino para poderla dar lugar a explicarlo. Efectivamente resulta que en una interacción anterior había sido la otra compañera la que la había hecho sentirse mal a ella. Aunque en un momento dado los comportamientos no hayan sido adecuados, las dos logran entender el punto de vista y la motivación de la otra. Cuando se piden disculpas no lo hacen siguiendo las indicaciones del adulto o del mediador, se hace desde la empatía y aunque el sentimiento de ofensa perdure, es más fácil superarlo desde la compresión.

Surge en la asamblea la necesidad de la empatía y cómo cuando ésta aparece es más complicado que se den problemas. —¿Qué empatía hay en las guerras? — Reflexiona uno de los chavales. Se nota que es algo que trabajan mucho, que lo tienen muy presente. En general demuestran estar haciendo un trabajo de aprendizaje emocional arduo y sostenido. 

Hay un segundo conflicto similar en estructura al anterior, pero en este caso uno de los dos protagonistas a la hora de abordarlo se ve muy embargado por la emoción y rompe a llorar. Se respeta su emoción, se le da el tiempo que necesita para recuperarse, el compañero que está sentado a su lado tiene una mano en su espalda para confortarlo, el grupo entero le arropa y, ojo, en este caso él no es la parte ofendida, pero este no es un diálogo de buenos y malos, es un diálogo en el que todos se hacen responsables de sus actuaciones pero también de las de los demás. En este clima que respiran, no sólo en la asamblea, sino durante la jornada escolar completa y como os indicaba, más allá, se generan unas interrelaciones que ante el conflicto incluyen a toda la comunidad, no solo a la víctima y al verdugo. En cada conflicto que resuelven crecen como grupo. No hay vencedores y vencidos, salen de cada asamblea ganando todos.

Escuchando hablar a Paqui y siendo espectadora de las intervenciones de los chavales, me vino a la mente aquella frase de Platón “donde reina el amor, sobran las leyes” Y aquí veo una evidencia de su validez: el amor es es un elemento de cohesión grupal.

Uno de los compañeros quiso dar las gracias a su grupo porque el lunes no se encontraba bien de ánimo y no tenía ganas de trabajar y fue su equipo el que lo logró tirar de él. Qué bonito ¿verdad? ¿os hacéis cargo del nivel de cohesión que tiene este grupo? Previamente otro compañero había trasladado la enhorabuena “con la hache descolocada” a este mismo compañero por su generosidad y buena actitud con el resto.

La profe subraya como en un club de buenos amigos, cada vez pasa más esto, se llevan a la asamblea más cosas positivas y menos negativas y es que no en vano estos chicos han decidido pertenecer al “Club de valientes”. Próximamente y ya de manera muy breve (lo prometo) os cuento este club.

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